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miércoles, 26 de mayo de 2010

Literatura tucumana, al palo

Entreteniendo fantasmas cronológicos que no hacen más que joderme la vida, este año me inscribí para cursar la carrera de Letras. Esto antes de enterarme de que el rector de mi Universidad fue elegido coimas de por medio. De hecho, ya no confío en el primero ni en el último de quienes tienen que formarme ética y profesionalmente. Pero no quiero hacer de este escrito una postal de lamentos. Sólo pretendía destacar una obra literaria de una autora tucumana: Olga Eugenia Flores. Es que revolviendo mi pequeña bibliotequita encontré un libro que había leído de pequeño. Se llama “La casa en los cerros”; y quería recomendarlo. Es nuestro, local, auténtico y muy atrapante, por cierto. Especial para aquellos que gustan viajar a la infancia y recorrer la magia del asombro. Espero no equivocarme y que no sea uno de esos libros que tengan una interpretación política oculta, como “La casa tomada”, de Cortazar. Es ávido para los adultos que no quieren perder la pureza del Peter Pan que todos llevamos dentro. Además, voy a dejar un fragmento de la pieza que elegí al azar. Aquí va:


[En silenciosa procesión, los chicos pasaron adentro y Martín los guió al estudio-saloncito-cuarto de juegos de la derecha. Explorando la casa, Martín había encontrado un viejo colchón en el piso superior, el mismo que había saltado del armario sobre un Jorge muerto de susto, y lo había traído para que Arturo estuviera sobre algo más cómodo que el duro piso de madera.

La ventana estaba un poco más abierta ahora, y en la forma yacente se distinguían ya rasgos y aspecto general. Arturo era un hombre de regular estatura, delgado. Sobre la tela desteñida del viejo colchón su pelo castaño claro parecía tener un brillo especial. Sus rasgos regulares, su frente amplia y su nariz recta hubieran hecho que las chicas lo calificaran de “churro” en otras circunstancias, pero en este momento cualquier apreciación estética estaba fuera de lugar, ante la impresión de ver la intensa palidez de su rostro mal afeitado y esa horrible herida en el hombro, que Martín acababa de lavar y desinfectar.

-¿Se va a morir? -Susurró Federico, pensando en toda esa gente baleada que se moría en la televisión.

-No creo -opinó Martín.

-No, no me pienso morir todavía.

Era Arturo el que había hablado con una voz honda, un poco ronca, articulando lentamente y con una leve sonrisa en los labios pálidos y secos. Volvió la cabeza un poco y abrió gradualmente los ojos, que resultaron ser claros y profundos.]



miércoles, 5 de mayo de 2010

Pablo Neruda

ODA A LA ENVIDIA


Yo vine
del Sur, de la Frontera.
La vida era lluviosa.


Cuando llegué a Santiago
me costó mucho cambiar de traje.
Yo venía vestido
de riguroso invierno.
Flores de la intemperie
me cubrían.
Me desangré mudándome
de casa.
Todo estaba repleto,
hasta el aire tenía
olor a gente triste.
En las pensiones
se caía el papel
de las paredes.
Escribí, escribí sólo
para no morirme.
Y entonces
apenas
mis versos de muchacho
desterrado
ardieron
en la calle
me ladró Teodorico
y me mordió Ruibarbo.
Yo me hundí
en el abismo
de las casas más pobres,
debajo de la cama,
en la cocina,
adentro del armario,
donde nadie pudiera examinarme,
escribí, escribí sólo
para no morirme.

Todo fue igual. Se irguieron
amenazantes
contra mi poesía,
con ganchos, con cuchillos,
con alicates negros.

Crucé entonces
los mares
en el horror del clima
que susurraba fiebre con los ríos,
rodeado de violentos
azafranes y dioses,
me perdí en el tumulto
de los tambores negros,
en las emanaciones
del crepúsculo,
me sepulté y entonces
escribí, escribí sólo
para no morirme.

Yo vivía tan lejos, era grave
mi total abandono,
pero aquí los caimanes
afilaban
sus dentelladas verdes.

Regresé de mis viajes.
Besé a todos,
las mujeres, los hombres
y los niños.
Tuve partido, patria.
Tuve estrella.

Se colgó de mi brazo
la alegría.
Entonces en la noche,
en el invierno,
en los trenes, en medio
del combate,
junto al mar o las minas,
en el desierto o junto
a la que amaba
o acosado, buscándome
la policía,
hice sencillos versos
para todos los hombres
y para no morirme.

Y ahora,
otra vez ahí están.
Son insistentes
como los gusanos,
son invisibles
como los ratones
de un navío
van navegando
donde yo navego,
me descuido y me muerden
los zapatos,
existen porque existo.
Qué puedo hacer?
Yo creo
que seguiré cantando
hasta morirme.
No puedo en este punto
hacerles concesiones.
Puedo, si lo desean,
regalarles
una paquetería,
comprarles un paraguas
para que se protejan
de la lluvia inclemente
que conmigo llegó de la Frontera,
puedo enseñarles a andar a caballo,
o darles por lo menos
la cola de mi perro,
pero quiero que entiendan
que no puedo
amarrarme la boca
para que ellos
sustituyan mi canto.
No es posible.
No puedo.
Con amor o tristeza,
de madrugada fría,
a las tres de la tarde,
o en la noche,
a toda hora,
furioso, enamorado,
en tren, en primavera,
a oscuras saliendo
de una boda,
atravesando el bosque
o en la oficina,
a las tres de la tarde
o en la noche,
a toda hora,
escribiré no sólo
para no morirme,
sino para ayudar
a que otros vivan,
porque parece que alguien
necesita mi canto.
Seré,
seré implacable.
Yo les pido que sostengan
sin tregua el estandarte
de la envidia.
Me acostumbré a sus dientes.
Me hacen falta.
Pero quiero decirles
que es verdad:
me moriré algún día
(no dejaré de darles
esa satisfacción postrera),
no hay duda,
pero moriré cantando.
Y estoy casi seguro,
aunque no les agrade esta noticia,
que seguirá
mi canto
más acá de la muerte,
en medio
de mi patria,
será mi voz, la voz
del fuego o de la lluvia
o la voz de otros hombres,
porque con lluvia o fuego quedó escrito
que la simple
poesía
vive
a pesar de todo,
tiene una eternidad que no se asusta
tiene tanta salud
como una ordeñadora
y en su sonrisa tanta dentadura
como para arruinar las esperanzas
de todos los reunidos
roedores.

lunes, 19 de abril de 2010

Sed de ti

Cuerpo blanco, pureza de marfil.
Dame tu mano insolente antes de que calle el sol.
Prueba, si quieres, tus instintos celestiales y no podrás oír otra cosa más que esta melodía.
Disfruta mi semblante que acompaña tu sombra.
Dale vida a esa sonrisa imaginaria que la soledad te hizo inventar.
No olvides tus alas antes de despegar tan alto.
Devuélvele tu belleza infinita a la naturaleza, pues le pertenece tanto como a todos.
Recuerda que tu alma está en el aire; Puedo besarla, tocarla, acariciarla... pero nunca apresarla.
Roza tu pecho contra la seda blanca que envuelve tus sueños y verás que no es difícil ver mi luz.
Sácate el sombrero para contemplar tus blancos cabellos.
Ya no hay prisa, mas si ansiedad.
Hoy tengo sed de ti.

¿Loco? un poco, nada más

Julio Cortazar
“La diferencia entre un loco y un piantado está en que el loco tiende a creerse cuerdo mientras que el piantado, sin reflexionar sistemáticamente en la cosa, siente que los cuerdos son demasiado almácigo simétrico y reloj suizo, el dos después del uno y antes del tres, con lo cual sin abrir juicio, porque un piantado no es nunca un bien pensante o una buena conciencia o un juez de turno, ese sujeto continúa su camino por abajo de la vereda y más bien a contrapelo, y así sucede que mientras todo el mundo frena el auto cuando ve la luz roja, él aprieta el acelerador y Dios te libre.”

  • Como regalo, una visión distinta de este misterio llamado locura por parte de Eduardo Galeano:
"El Derecho al Delirio"

domingo, 18 de abril de 2010

Todos juegan a reír

Brinco sin mirar que ya di tres. Vuelve alada la gracia serena. Caen los profetas sobre la misma piedra y a contar: verde, amarillo, rojo, naranja, azul y violeta. Todos juegan a reír, pero equivocan los manjares que sólo esta boca salpica. Todos juegan a reír, incluso yo. Menos Madame Frunchie, quien perdió su dado en una mano de dignidad. El mate sabe a libertad, el cigarrillo a columpio. Mi barba dibuja burbujas tibias en la madrugada. Mientras todos juegan a reír, yo parto la baraja y sale el Rey. Bienvenido.

sábado, 10 de abril de 2010

Fragmento de "Trova" (Leopoldo Lugones)

Yo traigo versos de amor,
de aquellos que, con su bien,
recuerda uno, como quien
va deshojando una flor

Amada, dice el Amado,
hoy vi el sol en tus cabellos
y era más hermoso entre ellos
que allá en su trono dorado

Anoche al abandonar
tu ser al sueño clemente,
para besarte en la frente
salió la luna del mar

Es de ver, cuando a deshora
anticipa la mañana
cómo mira a tu ventana
el lucero de la aurora...

viernes, 2 de abril de 2010

La gente que me gusta

Me gusta la gente que vibra, que no hay que empujarla, que no hay que decirle que haga las cosas, sino que sabe lo que hay que hacer y que lo hace…

Me gusta la gente con capacidad para medir las consecuencias de sus acciones, la gente que no deja las soluciones al azar.

Me gusta la gente estricta con su gente y consigo misma, pero que no pierda de vista que somos humanos y nos podemos equivocar.

Me gusta la gente que piensa que el trabajo en equipo, entre amigos, produce más que los caóticos esfuerzos individuales.

Me gusta la gente que sabe la importancia de la alegría.

Me gusta la gente sincera y franca, capaz de oponerse con argumentos serenos y razonables.

Me gusta la gente de criterio, la que no se avergüenza de reconocer que no sabe algo o que se equivocó. Me gusta la gente que al aceptar sus errores, se esfuerza genuinamente por no volver a cometerlos.

Me gusta la gente capaz de criticarme constructivamente y de frente; a éstos los llamo mis amigos.

Me gusta la gente fiel y persistente, que no fallece cuando de alcanzar objetivos e ideas se trata.

Me gusta la gente que trabaja por resultados. Con gente como esa, me comprometo a lo que sea, ya que con haber tenido esa gente a mi lado me doy por bien retribuido.


Por Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia (Paso de los Toros, Uruguay, 14 de septiembre de 1920 – Montevideo, Uruguay, 17 de mayo de 2009), más conocido como Mario Benedetti, fue un escritor y poeta uruguayo integrante de la Generación del 45, a la que pertenecen también Idea Vilariño y Juan Carlos Onetti, entre otros. Su prolífica producción literaria incluyó más de 80 libros, algunos de los cuales fueron traducidos a más de 20 idioma.

domingo, 10 de enero de 2010

Argentina, Capital Mundial del Exitismo

Pablo tiene sólo 14 años y éste no fue un domingo cualquiera para él. Tucumán, como tantas otras provincias argentinas, estaba desolada, desértica; como el Far West o una escuela en vacaciones. Lo entiende. A pesar de su corta edad, no es la primera vez que lo vive: es hincha de Racing. El silencio parece dictar las reglas en las calles. Vive en una humilde casa, al noroeste de la ciudad; su familia pertenece a la diezmada clase media del país. A más de 10 mil kilómetros de su hogar, el tenis argentino vivía uno de sus momentos cumbres. Gastón Gaudio gana Roland Garros en una final bien criolla, donde junto a su compatriota y contrincante, Guillermo Coria, deslumbraron al mundo con todos los matices de espectáculo que los nuestros son capaces de ofrecer.
Tuve la oportunidad de acompañar a Pablito hasta un bar céntrico para seguir el partido. El, como la mayoría de los argentinos, es un apasionado del deporte; y más que nada del fútbol. Es de los que pueden ver, nerviosismo por medio, noventa minutos de un fútbol, en donde los anfitriones son equipos de países como Andorra, Kazajstán o Jamaica.
Coria sostiene su servicio y Pablito aún no ha mencionado nada del partido que "la Selección" de fútbol, en pocas horas, tiene que jugar contra Paraguay. Mi incertidumbre hizo que irrumpiera con su concentración y le pregunté si sabía cuál era la alineación. “No, no tengo idea”, me confesó sin sacar su mirada del televisor. “Hoy es día de tenis… je”, lanzó. “Además, 'la Selección' juega espantoso", agregó. Luego, ante mi atónito silencio, con la tranquilidad que Macaya Márquez remarca un offside del equipo que no es hincha, sentenció: “Bielsa (Marcelo) se debería ir, no se como Grondona (Julio) lo ‘banca’”. No me sorprendía la claridad con la que expresaba sus sentimientos futbolísticos, ni a sabiendas de sus apenas 14 años… es mi primo y lo conozco. En ese momento me di cuenta que Pablito representaba a la gran mayoría de los argentinos que utilizamos el éxito deportivo de otros como “salvavidas” de nuestros pesares.
Termina el partido, Coria llora por su derrota y el otro Guillermo, Vilas, entrega el trofeo más añorado a Gaudio. Los bares, repletos de espectadores empiezan a descomprimirse. La ciudad parece volver a su estado natural: ruidos de escapes, murmullos y comentarios de novatos especialistas del tenis comenzaron a terminar con el silencio.
Escuche frases intolerantes: “estos muchachos nos dieron la alegría que nos quitó Bielsa” o “ahora prefiero ver tenis antes que fútbol”, y entonces supe que no estaba tan errado al afirmar que los argentinos somos el significado de la palabra “exitismo”(afán desmedido del éxito, según la Real Academia Española). Despedí a Pablito, acordando una nueva cita deportiva a la hora del partido de la Selección.
Argentina y Paraguay ya están en la cancha. Solo somos cinco los espectadores de aquel bar, en donde por la mañana parecía no entrar ni un alfiler. El, mi primo, no es uno de los presentes. Decidí llamarlo por teléfono para ver qué pasaba, “Pablito no está, se fue a jugar paddle con unos amigos”, respondió mi tía. Estaba claro, los argentinos no sólo nos convertimos en especialistas de tenis, sino que también intentamos ser eruditos de la práctica de la materia. Jugar paddle representaba jugar tenis y mirar fútbol significaba ser parte de la derrota. Los Coria se olvidan, los Gaudio subsisten, pero no por mucho tiempo.
A dónde irán los titulares de los diarios cuando el campeón de Roland Garros, Gastón Gaudio, que alguna vez fue criticado por su falta de resultados exitosos, pierda en primera ronda. ¿Cuánta gente concurrirá a los bares para ver tenis? Seguramente cuando esto ocurra, como es nuestra costumbre, será otro deporte el que acapare nuestra atención y comenzaremos a buscar nuestro próximo Maradona. Intentaremos sumarnos a su éxito y no está mal. De hecho, esta sociedad tan castigada, tan falta de afecto, vive de expectativas de felicidad, necesita de resultados inmediatos, y apuesta en el deporte lo que no encuentra en otros ámbitos de la vida.
Martes, 08 de Junio de 2004

martes, 30 de junio de 2009

Allí, en la ciudad sin dios


No, lo que sentí no es dolor. Ni pena. Acaso busco el adjetivo, pero no encuentro más que metáforas concebidas de la boca ardiente de ese león. Llamaradas que danzan y ríen por la burla anaranjada que habita allí, en la ciudad sin dios. La gracia celestial se acabó hace mucho tiempo. O acaso nunca existió. Los ángeles polvorientos no se atreven a cruzar. Su temor, comprensible y viejo, tembloroso y nostálgico, aviva la hoguera de los ignorados. Los murmullos son agujas despiadadas que torturan, dejando su melodía, su grito tortuoso que aturde sigiloso, su aroma a adrenalina de piedad, su olor a humedad de lágrimas. Calma y tristeza. La felicidad de la ignorancia castiga más. Ojalá fuera bronca. O dolor. O pena. O un sueño. O una pesadilla. Ellos bailan y cantan para ahuyentar la fe. Ella, espantada, jura no volver cada vez que los ve o los escucha. ¿Acaso hay castigo más tremendo que sentir la risa de la ignorancia? Pensé que sería impotencia. Pero no, tampoco. Ni siquiera tinieblas. Mucho peor. Luz salada y brillante que sabe maldecir, que conoce cómo agotar hasta al más fuerte de los guerreros, que incendia la barba de los sabios, que contamina la risa de los niños. No quiero verte más, pero tampoco olvidarte. Porque olvidarte sería ignorarte. Porque temo demasiado ignorarte, me da miedo sentir tu desquiciada ironía. Todavía te toco, te siento, te huelo, te percibo como al demonio de las aves rojizas. Allí, a la ciudad sin dios, donde nunca llueven las razones ni habita la fe, volveré. Aunque no quiera, sé que volveré.

lunes, 18 de mayo de 2009

Carta de vida

¡Infiel, vas y vienes cuando no encuentras tu musa! Sólo así, gritando, su alma se animó antes de que aparezca…
Tan cansado estaba de la vida que decidió pensar en ella. Deshilachando memorias para entender por qué todos querían que claudique, e inútil, como el beso de una dama que olvidaremos, pasó su tiempo esperando encontrarse. Y aunque no siempre detenerse resulta soñar, remover ideas y concluir, aquel rayo de luna meció en la cresta de su corazón cuando menos se movió.
La savia perpetua de los mártires fluye y se desliza como tu sonrisa en las mañanas. El canto del pájaro que olvidó vuelve a acariciar sus sonidos. A esa la tomó. La estrujó con la fuerza mágica que tienen los deseos de esos niños que aprietan su puño y cierran los ojos. Esta vez, no tuvo miedos. No rezó plegarias. No te vas, se dijo... Y nunca se fue.

lunes, 2 de febrero de 2009

Cuando llegues, beso de la muerte

Me despierto, siento que no existe
Sin lágrimas negras en su ausencia
¡Ay corazón, qué divina carencia!
Ni Neruda encuentra mi escondite.

Beato, ya no sientes la campana.
El querubín sin ojos en su flecha,
vaga con la pena que lo acecha.
Ojalá nunca vuelvas, ni mañana.

Pero si tu regresas de repente,
concédeme la gracia de no verte.
Camina despacio y sin presente.

Seré sincero, espero tu suerte.
Me resigno a tu sangre caliente.
Viene tu día, beso de la muerte.

martes, 27 de enero de 2009

Historias de adoquines

Descargar "Historias de adoquines"
Quizás les interese escuchar esta perlita de Serrat que, de alguna manera, está relacionada con el relato.

lunes, 20 de octubre de 2008

Mis respetos, señor gigante de ojos azules


Más allá de la frase contundente, su mirada lo dijo todo. Estaba abatido, desilusionado. Nunca lo había visto en esa forma. “Me siento un gigante de ojos azules”, me arrojó con el poco aliento que le quedaba. No estuve a la altura de la circunstancia. Sólo atiné a devolverle la atención con rostro cómplice. Aquella vez no me salía ni una palabra, pero afortunadamente hoy puedo escribirlo y contarles esta sensación que me acompaña. Habíamos acostumbrado a juntarnos de madrugada, en la terraza de mi casa. Era un lugar bastante incómodo y gris, pero nosotros nos sentíamos muy bien allí. Jugábamos a ser artistas, escuchando música e interpretándola para donde la noche nos dirigía. Hablábamos de mujeres, recordábamos momentos felices de la niñez y procurábamos engañar al invierno con unos mates cebados que a él no le gustaban tanto. Esas eran nuestras populares “Terrazas”, todo un orgullo. Aquella vez nos juntamos temprano. Si bien esos encuentros siempre eran especiales, éste lo era aún más. Incluso la noche se prestó para la ocasión y se vistió de luna llena, cálida y estrellada. Nuestros amigos los grillos tampoco se quisieron perder la faena: cantaron y cantaron felices, como nunca. Sobraba magia en el ambiente. Comenzó a hablarme de ella, una mujer pequeña. Me contó el gesto que tuvo al viajar a verla y declararle amor frente a su familia. Siguió su relato con la pobre respuesta que obtuvo de ella y pudo quebrarse en llantos, aunque su honor no lo permitió. Yo lo seguía atento, pero, como dije en un principio, no me salía ni una palabra de consuelo. De repente, soltó la frase que hoy me lleva a escribir este post: “Amigo, me siento un gigante de ojos azules”, me dijo, antes de hacerme escuchar la canción de Baglietto, musa de su inspiración. La madrugada pasó, junto con muchas semanas… y meses. Sólo hoy puedo decir que fue aquella la última Terraza que hicimos, pero, como esas cosas inexplicables que tienen las despedidas, la frase de la canción sigue dando vueltas en mi cabeza. Ayer escuché de nuevo la canción y sentí una angustia indescriptible. Comprendí que mi amigo, el gigante de ojos azules, nació en una época equivocada. En días donde se tiene sexo y no se hace el amor, donde triunfa lo superficial en lugar de lo profundo, el auto importado en lugar de los paseos con abrazos, el mensaje de texto en vez de un susurro al oído… en tiempos egoístas y mezquinos -dice Fito-, en tiempos donde siempre estamos solos… habrá que declararse incompetentes en todas las materias de mercado… habrá que declararse un inocente y habrá que ser abyecto y desalmado. ¿Será que ya no hay lugar para los románticos? ¿Será que sólo habitan mujeres pequeñas? ¿Será que los amores de tanta grandeza no caben en casas de muñecas? ¿Será que da vergüenza decirlo? Yo me animo: mis respetos, señor gigante de ojos azules.

jueves, 14 de febrero de 2008

Lo que el viento devolvió

Hola a todos. Antes que nada, quiero pedirles disculpas por haberme tomado unas vacaciones sin redactar una sola línea desde hace un buen tiempo. Esto se debe, por qué ocultarlo, a mi frágil estado de ánimo que me pone en jaque cuando menos me lo espero. En fin, como ya me daba verguenza por no publicar nada y como sigo sin ganas de crear, voy a dejarles un cuento corto que escribí hace un par de años para un concurso que nunca me presenté. Es un relato fantástico y puede entretenerles. Ojalá que les guste. Un abrazo a todos.

Lo que el viento devolvió.doc

domingo, 30 de diciembre de 2007

Galeano desafía a la historia


Dentro de muy poco tiempo, el maestro Eduardo Galeano publicará su último libro: Espejos. En la obra, el escritor uruguayo refutará una infinidad de hechos históricos que fueron transgredidos por ignorancia -aunque, en la mayoría de los casos, por conveniencia de los poderes de turno- y resaltará algunas paradojas que hacen reir... o llorar. Aquí algunos pasajes:

“Dos de los Padres Fundadores de los Estados Unidos se desvanecieron en la niebla de la historia oficial. Nadie recuerda a Robert Carter ni a Gouverner Morris. La amnesia recompensó sus actos. Carter fue el único prócer de la independencia que liberó a sus esclavos. Morris, redactor de la Constitución, se opuso a la cláusula que estableció que un esclavo equivalía a las tres quintas partes de una persona”.

“Los hindúes habían sabido antes que nadie que la Tierra era redonda y los mayas habían creado el calendario más exacto de todos los tiempos”.

“El monumento más alto de la Argentina se ha erigido en homenaje al general Roca, que en el siglo diecinueve exterminó a los indios de la Patagonia”.

“John Locke, el filósofo de la libertad, era accionista de la Royal Africa Company, que compraba y vendía esclavos”.

“Desde el año 1234, y durante los siete siglos siguientes, la Iglesia Católica prohibió que las mujeres cantaran en los templos. Eran impuras sus voces, por aquel asunto de Eva y el pecado original”.

“Hasta el año 1986, fue legal el castigo de los niños en las escuelas de Inglaterra, con correas, varas y cachiporras”.

“Los campos de concentración nacieron en Africa. Los ingleses iniciaron el experimento, y los alemanes lo desarrollaron”.

“En 1936, el Comité Olímpico Internacional no toleraba insolencias. En las Olimpíadas de 1936, organizadas por Hitler, la selección de fútbol de Perú derrotó 4 a 2 a la selección de Austria, el país natal del Führer. El Comité Olímpico anuló el partido”.

“El libro de viajes de Marco Polo, aventura de la libertad, fue escrito en la cárcel de Génova”.

“Don Quijote de La Mancha, otra aventura de la libertad, nació en la cárcel de Sevilla”.

“Fueron nietos de esclavos los negros que generaron el jazz, la más libre de las músicas”.

***Para más información, Galeano publicó una nota en Página 12 y este es el link: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-96843-2007-12-30.html

jueves, 27 de diciembre de 2007

Sabina al flaco de la oda


Alfombra en Buenos Aires, atorrante de la isla. Londres se viste antes, mastica al camarero que escupe estallidos en las moradas de las pesetas. Sigiloso. Versos con sed, Corazón Machado de Sevilla. George le siente sus cuerdas. Divertidos los exiliados, también oyen la música prestada del arpa de Satanás. Doblete al medio de Paris, una paria. Carambola entre Corrientes y Atocha, alma de carne con colmillos de desvelo. Trampa y bandoneón, castañuela y Camarón, Pichuco y biberón. Azul las lágrimas de La Cibeles de plástico. Llora. Llora y levanta su pañuelo. La Boca sabe de arrabales, recibe al infame poeta de la década. Vuela su gracia y baila la Mafalda de Paulita. Ceniza está, coca también. Historia de no acabar, camas vacías y espíritus de orgasmos. Melancolía en primera fila, el Rex y su armonía. Chamuyo en la Plaza Mayor. Número 7, mal vivir. El boulevard de la mejor Chavela. Roto algún sueño, mujer de mi mejor amigo. Científicos que sudan. Tentador sin canas, pecado inmortal. Pulmón desecho, ronco su aliento. Perro cojo, mujeres mejor. Soneto en desdicha, dólares en bombachas, dolores de porro. 519 noches y ningún día, engaña. Caga poemas en las mentiras, este cabrón. Piadosas del barrio que hay detrás de las estrellas. Ahí su amigo. Edipo hachís, Mezo el rey. Raquítica soledad. Lección de Nano. Ponle tres, Nicanor. Paladar promiscuo que besa las frentes marchitas. Mejor si sor Juana. En cuando vez de algún dieguito. No lo sé. Nada de pitos, menos de fitos. Maldito forro, bendita puta. Interruptus el coitus por el séptimo de Charly. Ya eyaculé. Pasaje de vuelta. No, no permita la virgen que huya el de traje gris. Excesos necesarios de las luces lujuriosas. No hay caso, le dieron las diez y las once... Madrid es más fría, pero es mía. Arrebuá, adiós, cuidaté. Alfombra en la isla, atorrante de Buenos Aires.

(Por Saudo)

Para Riquelme con devoción

Déjame compartir, Román, hermano,
lo que sufrí, lo que gocé contigo,
Villarreal seduce al buen villano
que tiene un Arsenal por enemigo.

Gulliver, Liliput, Goliat, fulano
de tal y pongo al Diego por testigo
del bendito penal, maldita mano
de un Lehmann que levita, sumo y sigo.

Orgullo de los pibes, vente arriba,
ya sabes que los árbitros con IVA
no quieren dos equipos españoles,

quiero decir dos payos catalanes,
Castellón de la Plana tiene planes
para Riquelme, fábrica de goles.

(Joaquin Sabina)

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Decí por Dios que es Román




Dicen que por las madrugadas se ve una sombra en el Monumental. Cuentan que, al mismo tiempo, se oye un bandoneón con aroma de suburbio, que suena mientras la danza va y la sombra se mueve. Es triste, llora. La sombra llora y retumban en las tribunas los gritos del dolor, de la injusticia.

Dicen que es la melancolía guardada de alguien. De alguien que quiere seguir dibujando la elegancia inmortal que pocos disfrutan. La sombra, vestida ahora sí de celeste y blanca, busca una pelota, quiere ser feliz. Y cuando la tiene le vuelve la alegría. Y canta. Ahora sí, la sombra canta y se ríe. Grita su alegría y baila con la pelota. Juran que ánimas de todo el mundo pagan sus entradas para verla. Confiesan que en Don Torcuato ya se vio a una sombra bailar tango con la pelota. Escuálida y con hambre, más pequeña, más feliz. Nadie sabe si aquella es la misma que ésta.

Elegancia natural, tacón y espina en el mentón. Ojos rojos y cara sucia, empolvada de potrero. La sombra juega, se divierte, le canta partituras al bandoneón. Calles vacías, taxi y billar. Bohemia que ignoran muchos, sabiduría que pocos entienden, delicadeza para otros. Gracias, dice el fútbol, que tuvo que aprender a hablar cuando lo vio bailar.

Y la sombra sigue. Gritan las ánimas en las tribunas, que ahora son millones. Y baila de un arco al otro y hace malabares con la pelota. “Sólo quiero ser feliz”, retumba de su zapato derecho. Y sigue bailando tango. Y Piazzolla aplaude desde la luna. El acordeón afina sus mejores vientos. La sombra se enloquece y pisa de nuevo la pelota. Mueve a su amiga para acá y para allá. Le tira un caño a las críticas, un sombrero al resultado y gambetea la injusticia. Ríe. Ríe, baila y canta. Es feliz.

Cuentan que antes del amanecer, la sombra se despide. Contenta por otra función, sonrojada por la ovación de las ánimas y triste por no poder seguir meneando. Se marcha con el corazón en la mano. Y el bandoneón se calla y silencia hasta a los grillos. Todos mudos. Piazzolla se duerme con placer y la luna se esconde. La pelota llora, llora y se guarda. Dicen que en la madrugada siguiente, la sombra vuelve con ganas de bailar más tango. Cuentan, los que más saben, que es la misma de Don Torcuato. Ojalá. Decí que es la misma, decí por Dios que es Román.

(Por Saudo)

El más fanático de todos


Aquel día, el más fanático de todos, se levantó muy temprano, antes de que el gallo del vecino despierte a todos. Contempló durante unos segundos el póster de San Martín, que forma parte de su habitación desde hace unas semanas. Estaba concentrado en esos once titanes -también envidió a los niños que posan junto a ellos- y si alguien lo hubiera visto desde lejos, habría supuesto que les dirigía algunas plegarias, oraciones implorándoles que hoy ganen, sí o sí.
Se vistió de gala: se puso la camiseta de San Martín que todavía le quedaba grande -se lo advirtió a su madrina ni bien se la regalaron-, su gorro al tono, el pantalón corto negro que le heredó -estaba como nuevo- su primo Ricardo, y hasta se dio el lujo de estrenar las medias de algodón que su madre le compró. Era un día muy especial para él.

“Bueno, ‘Pilín’, esperá un poquito”, le contestó su padre -un mecánico conocido en La Ciudadela- en voz baja para no despertar también a mamá, pues era domingo y muy temprano. Vivían a dos cuadras de la cancha, pero a él no le gustaban los contratiempos y es por eso que cuando aún quedaban dos horas para el partido, movió a su padre, un ser bastante parsimonioso.

Cuando papá se levantó, encontró el desayuno listo, con tortillas y todo. Se lo había preparado él, todavía un niño, pero bastante maduro e inteligente. Con las entradas en la mano, “Pilín” esperó a que su padre termine su mate cocido y luego partieron.

Era una fiesta increíble, se la ilustraría fantásticamente a sus compañeros de escuela. San Martín comenzó ganando por un golazo que “Pilín” gritó desde su alma, desgargantándose, derritiéndose en un abrazo con su padre. Y la hinchada, su hinchada, seguía cantando. Y él, el más fanático de todos, también se sabía las canciones, por supuesto.

Cuando menos se lo esperaba, Villa Mitre, un equipo del que “Pilín” sabía muy poco, empató el partido con un gol en contra. Se agarró la cabeza, pero no lloró. Sabía que el Santo lo ganaría. Tarde o temprano lo haría, jugaba en su estadio, con treinta mil fanáticos alentando. “No, no puede perder”, pensó.

Los minutos pasaron y San Martín no volvió a convertir otro gol. Tampoco Villa Mitre. El partido terminó empatado, 1 a 1, por lo que se definiría en tanda de penales. “Pilín” tenía miedo. Ya no era el maduro hombrecito de la familia, volvió a ser un niño. Y temió mucho, temblaba. Se sacó el gorrito y lo mordió para descargar tensiones.

Ambos equipos convirtieron los dos primeros disparos, pero los de Ciudadela erraron el tercero. Perdían 3 a 2 y si el encargado de ejecutar el próximo tiro fallaba, todo terminaba allí. Fue el arquero de su equipo, su arquero, a patear. Y “Pilín” mordió aún más fuerte su gorrito. No se atrevió a mirar para otro lado, se concentró en el penal. El “villano” de Villa Mitre contuvo el balón y todo terminó allí, su equipo, San Martín, perdió.

Su pasión no aguantó más y “Pilín” lloró a gritos. Papá no lo pudo evitar. Eran desgarradores alaridos, que si el mismísimo diablo los escuchara seguramente también echaría a llorar. Y continuó lagrimeando con furia, con el gorrito arrugado entre las manos, con el corazón partido en pedazos. No entendía nada. “¡Qué injusta la vida!”, clamó hacia adentro. Y nadie lo escuchó. Y lloró y lloró.

Aquel día, conoció de verdad lo que es el dolor. Volvió a casa, apneas pudo comer a desgana -sólo porque le insistió mamá- y se fue a su habitación. Afortunadamente, miró a los once jugadores y seguían siendo titanes para él. Les preguntó, claro, por qué habían perdido. De un momento a otro, con sus sólo 8 años, volvió a ser el hombrecito maduro y pensó que esta no sería la última vez que llore. “Pilín” se sacó la camiseta, la besó y la guardó en su cajón, esperando ansioso otro partido de San Martín, probablemente, para poder levantarse temprano, para vestirse de jugador, seguro, para prepararle el desayuno a papá, para ir a la cancha y para cantar, él, el más fanático de todos, las canciones que se sabe.

(Por Saudo)
 
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