domingo, 30 de diciembre de 2007

Galeano desafía a la historia


Dentro de muy poco tiempo, el maestro Eduardo Galeano publicará su último libro: Espejos. En la obra, el escritor uruguayo refutará una infinidad de hechos históricos que fueron transgredidos por ignorancia -aunque, en la mayoría de los casos, por conveniencia de los poderes de turno- y resaltará algunas paradojas que hacen reir... o llorar. Aquí algunos pasajes:

“Dos de los Padres Fundadores de los Estados Unidos se desvanecieron en la niebla de la historia oficial. Nadie recuerda a Robert Carter ni a Gouverner Morris. La amnesia recompensó sus actos. Carter fue el único prócer de la independencia que liberó a sus esclavos. Morris, redactor de la Constitución, se opuso a la cláusula que estableció que un esclavo equivalía a las tres quintas partes de una persona”.

“Los hindúes habían sabido antes que nadie que la Tierra era redonda y los mayas habían creado el calendario más exacto de todos los tiempos”.

“El monumento más alto de la Argentina se ha erigido en homenaje al general Roca, que en el siglo diecinueve exterminó a los indios de la Patagonia”.

“John Locke, el filósofo de la libertad, era accionista de la Royal Africa Company, que compraba y vendía esclavos”.

“Desde el año 1234, y durante los siete siglos siguientes, la Iglesia Católica prohibió que las mujeres cantaran en los templos. Eran impuras sus voces, por aquel asunto de Eva y el pecado original”.

“Hasta el año 1986, fue legal el castigo de los niños en las escuelas de Inglaterra, con correas, varas y cachiporras”.

“Los campos de concentración nacieron en Africa. Los ingleses iniciaron el experimento, y los alemanes lo desarrollaron”.

“En 1936, el Comité Olímpico Internacional no toleraba insolencias. En las Olimpíadas de 1936, organizadas por Hitler, la selección de fútbol de Perú derrotó 4 a 2 a la selección de Austria, el país natal del Führer. El Comité Olímpico anuló el partido”.

“El libro de viajes de Marco Polo, aventura de la libertad, fue escrito en la cárcel de Génova”.

“Don Quijote de La Mancha, otra aventura de la libertad, nació en la cárcel de Sevilla”.

“Fueron nietos de esclavos los negros que generaron el jazz, la más libre de las músicas”.

***Para más información, Galeano publicó una nota en Página 12 y este es el link: http://www.pagina12.com.ar/diario/sociedad/3-96843-2007-12-30.html

Los Beatles y su viaje por las drogas


El 5 de agosto de 1966, The Beatles lanzó a la venta su séptimo álbum: “Revolver”, que rápidamente logró ser número uno en la lista de ventas de Gran Bretaña y los Estados Unidos. Con una fuerte pronunciación psicodélica, Revolver es citado como uno de los mejores álbumes pop de la historia y un viaje delirante por el mundo de las drogas.
La pista más ligera de este álbum es la infantil "Yellow Submarine." Se dice que el título proviene de una observación que hizo Ringo durante un viaje de LSD.

Paul escribió esta canción una noche mientras estaba tendido en su cama, todos los demás estaban reunidos en el estudio 2 teniendo una pequeña fiesta animada por Mal Evans, quien con el tambor de bajos amarrado a su pecho giraba por todo el estudio gritando "We all live in a Yellow Submarine" y era seguido por los demás... (evidentemente, estaban todos re locos). Entre los "efectos especiales" de esta canción podemos oír a John haciendo burbujitas en un balde con agua, a Alf Bicknell sacudiendo una cadena en una tina y a Brian Jones (de The Rolling Stones) haciendo chocar vasos de cristal.

Cuando el tema salió a la luz, todos asumieron que estaba relacionado con las drogas, excepto Paul, quien señaló que lo único que relacionaba con submarino amarillo eran unos dulces azucarados que él había probado alguna vez en Grecia. Luego, la juventud comenzó a nombrar a las drogas duras como "Yellow Submarine".

En "She Said, She Said", Lennon, Harrison y Starr estaban bajo la influencia del LSD cuando la escribieron en la casa alquilada por los Beatles en Benedict Canyon en Beverly Hills, California, en Agosto de 1965. Fonda pasó por allí para ver a unos amigos suyos, miembros de The Byrds, y para conocer a The Beatles. Fonda le dijo a Harrison, "I know what it's like to be dead (Sé cómo es estar muerto)," porque de niño casi había muerto por la herida de un disparo que se hizo él mismo. Lennon le contestó: "Who put all that shit in your head? (¿Quién puso toda esa mierda en tu cabeza?)". Además, McCartney dijo que "Got To Get You Into My Life", que durante mucho tiempo se ha supuesto una canción de amor, era de hecho una oda a la marihuana.

En "I'm Only Sleeping," Harrison tocó las notas para la guitarra principal en el orden inverso, después invirtieron la cinta y la mezclaron. El sonido de la guitarra "en marcha atrás" daba un tono a la canción más durmiente, siniestro y melancólico. Esto, junto con la letra al revés usada en la canción "Rain" de los Beatles (grabado en las sesiones y lanzado por separado, como un simple) fue el primer caso de mensaje a la inversa, el cual Lennon descubrió después de estar cargando erróneamente una cinta de carrete a carrete hacia la inversa mientras estaba bajo los efectos de la marihuana.

Letra (Lyrics) de Yellow Submarine en castellano y en inglés.





La Película:

Tanto fue el éxito que acaparó este disco que no tardó en llegar la oferta para llevar la historia a la pantalla grande. Fue en 1968, cuando el animador canadiense George Dunning y las productoras United Artist y King Features Syndicate hicieron una película. Esta vez, los reyes de Liverpool aparecen casi al final de la animación, aunque en situación de doblaje.



jueves, 27 de diciembre de 2007

Sabina al flaco de la oda


Alfombra en Buenos Aires, atorrante de la isla. Londres se viste antes, mastica al camarero que escupe estallidos en las moradas de las pesetas. Sigiloso. Versos con sed, Corazón Machado de Sevilla. George le siente sus cuerdas. Divertidos los exiliados, también oyen la música prestada del arpa de Satanás. Doblete al medio de Paris, una paria. Carambola entre Corrientes y Atocha, alma de carne con colmillos de desvelo. Trampa y bandoneón, castañuela y Camarón, Pichuco y biberón. Azul las lágrimas de La Cibeles de plástico. Llora. Llora y levanta su pañuelo. La Boca sabe de arrabales, recibe al infame poeta de la década. Vuela su gracia y baila la Mafalda de Paulita. Ceniza está, coca también. Historia de no acabar, camas vacías y espíritus de orgasmos. Melancolía en primera fila, el Rex y su armonía. Chamuyo en la Plaza Mayor. Número 7, mal vivir. El boulevard de la mejor Chavela. Roto algún sueño, mujer de mi mejor amigo. Científicos que sudan. Tentador sin canas, pecado inmortal. Pulmón desecho, ronco su aliento. Perro cojo, mujeres mejor. Soneto en desdicha, dólares en bombachas, dolores de porro. 519 noches y ningún día, engaña. Caga poemas en las mentiras, este cabrón. Piadosas del barrio que hay detrás de las estrellas. Ahí su amigo. Edipo hachís, Mezo el rey. Raquítica soledad. Lección de Nano. Ponle tres, Nicanor. Paladar promiscuo que besa las frentes marchitas. Mejor si sor Juana. En cuando vez de algún dieguito. No lo sé. Nada de pitos, menos de fitos. Maldito forro, bendita puta. Interruptus el coitus por el séptimo de Charly. Ya eyaculé. Pasaje de vuelta. No, no permita la virgen que huya el de traje gris. Excesos necesarios de las luces lujuriosas. No hay caso, le dieron las diez y las once... Madrid es más fría, pero es mía. Arrebuá, adiós, cuidaté. Alfombra en la isla, atorrante de Buenos Aires.

(Por Saudo)

Para Riquelme con devoción

Déjame compartir, Román, hermano,
lo que sufrí, lo que gocé contigo,
Villarreal seduce al buen villano
que tiene un Arsenal por enemigo.

Gulliver, Liliput, Goliat, fulano
de tal y pongo al Diego por testigo
del bendito penal, maldita mano
de un Lehmann que levita, sumo y sigo.

Orgullo de los pibes, vente arriba,
ya sabes que los árbitros con IVA
no quieren dos equipos españoles,

quiero decir dos payos catalanes,
Castellón de la Plana tiene planes
para Riquelme, fábrica de goles.

(Joaquin Sabina)

miércoles, 26 de diciembre de 2007

Decí por Dios que es Román




Dicen que por las madrugadas se ve una sombra en el Monumental. Cuentan que, al mismo tiempo, se oye un bandoneón con aroma de suburbio, que suena mientras la danza va y la sombra se mueve. Es triste, llora. La sombra llora y retumban en las tribunas los gritos del dolor, de la injusticia.

Dicen que es la melancolía guardada de alguien. De alguien que quiere seguir dibujando la elegancia inmortal que pocos disfrutan. La sombra, vestida ahora sí de celeste y blanca, busca una pelota, quiere ser feliz. Y cuando la tiene le vuelve la alegría. Y canta. Ahora sí, la sombra canta y se ríe. Grita su alegría y baila con la pelota. Juran que ánimas de todo el mundo pagan sus entradas para verla. Confiesan que en Don Torcuato ya se vio a una sombra bailar tango con la pelota. Escuálida y con hambre, más pequeña, más feliz. Nadie sabe si aquella es la misma que ésta.

Elegancia natural, tacón y espina en el mentón. Ojos rojos y cara sucia, empolvada de potrero. La sombra juega, se divierte, le canta partituras al bandoneón. Calles vacías, taxi y billar. Bohemia que ignoran muchos, sabiduría que pocos entienden, delicadeza para otros. Gracias, dice el fútbol, que tuvo que aprender a hablar cuando lo vio bailar.

Y la sombra sigue. Gritan las ánimas en las tribunas, que ahora son millones. Y baila de un arco al otro y hace malabares con la pelota. “Sólo quiero ser feliz”, retumba de su zapato derecho. Y sigue bailando tango. Y Piazzolla aplaude desde la luna. El acordeón afina sus mejores vientos. La sombra se enloquece y pisa de nuevo la pelota. Mueve a su amiga para acá y para allá. Le tira un caño a las críticas, un sombrero al resultado y gambetea la injusticia. Ríe. Ríe, baila y canta. Es feliz.

Cuentan que antes del amanecer, la sombra se despide. Contenta por otra función, sonrojada por la ovación de las ánimas y triste por no poder seguir meneando. Se marcha con el corazón en la mano. Y el bandoneón se calla y silencia hasta a los grillos. Todos mudos. Piazzolla se duerme con placer y la luna se esconde. La pelota llora, llora y se guarda. Dicen que en la madrugada siguiente, la sombra vuelve con ganas de bailar más tango. Cuentan, los que más saben, que es la misma de Don Torcuato. Ojalá. Decí que es la misma, decí por Dios que es Román.

(Por Saudo)

Luis Rey tenía razón


Cuando lo vi por primera vez, él ya se habría graduado en sabiduría y tendría un doctorado en vivencias. En realidad, no me conoció. Apenas si lo saludé un par de veces, cuando nos cruzamos ocasionalmente. Siempre porque yo, o él, acompañaba a un conocido en común. No, no tuve el honor: Don Luis no me conoció.

Yo, en cambio, sí me fijé en él desde pequeño. Una vez lo encontré en el canal 6 de mi televisor. Hablaba de fútbol. Y me llamó la atención su simpática tonada campechana y, sobre todo, que cada frase que salía de su boca estaba cargada de introversión. No sé si lo preparaba antes de salir al aire o era natural y espontáneo, pero cada idea de él culminaba en una discusión. Tenía esa virtud, la aprovechaba.

A partir de aquel día, esperaba verlo todas las semanas. Sentía una extraña necesidad de observar a ese enérgico hombrecito senil, regordete y encogido, de canas bien peinadas y joroba inocente, que defendía con autoridad a jugadores que yo ni conocía, y hasta honraba sus apodos. “‘Yiyo’ Zapatiel, ese sí que era un crack”, recuerdo que dijo en una ocasión. Y muchos nos esforzábamos por acordarnos de un Yiyo... que no sea el “Topo”.

De paso -y cada vez que podía- Don Luis le pasaba factura a los futbolistas foráneos; principalmente, a los que llegaban desde Buenos Aires, a los que sacaban turno en Atlético o en San Martín. En realidad, por más que provenían de Córdoba, Santa Fe o Chubut, él siempre les decía “porteño”. “Lo trajeron porque dice que lo vieron pasar por la vereda de la cancha de Boca”, era una de sus frases favoritas. “Y claro, qué va a servir, si vivía a la vuelta de mi casa”, ironizaba para defender a un jugador local.

Por supuesto, el “porteño’” arribaba siempre como la gran estrella del equipo, con añejos pergaminos en el bolsillo y dueño de las tapas de los diarios. Era allí cuando muchos tucumanos se enfadaban con Rey. Dolía que critiquen a los ídolos. Yo también me enojaba con él. Mucho. Y tantas veces deseaba encontrarlo cara a cara para decírselo (en verdad, no sé si me hubiera animado). Me urgía gritarle que no tenía razón, que la mayoría no compartíamos sus apreciaciones. Eso soñaba: encontrarlo y decirle que no tenía razón.

Una vez, durante su programa en vivo, llamé por teléfono al canal 6 y dejé un mensaje para redimir a uno de mis ídolos, que llevaba ya media hora de ser criticado. Leyeron mi comentario en voz alta y Don Luis me desprestigió de inmediato, poniendo cara de desagrado, dejándome en ridículo. “Qué dice e’te muchacho”, dijo. Y yo miraba la pantalla de reojo y me moría de la vergüenza. Para colmo, después siguió machacando a mi ídolo. En ese momento lo aborrecí, lo maldije un millón de veces. Lo insulté en voz alta e incluso, continué criticándolo al día siguiente, en la escuela, con mis compañeros, que poco concebían mi ira y mucho menos mi causa.

Aún así, nunca dejé de ver los programas de Don Luis. No podía, era más fuerte que mi voluntad. Pero poco a poco, sin proponérmelo, empecé a entenderlo y a compartir su filosofía. El repudiaba el fútbol de atletas (“Zanetti agarra la moto y brrrrrr... ¿a dónde va Zanetti?”, se enojaba) y reivindicaba el fútbol bonito (“La pelota es de cuero; el cuero se saca de la vaca; la vaca come pasto... ¡por ahí tiene que andar la pelota!”, representaba). A él le agradaban los jugadores que hacían una pausa y pensaban. Quería en su equipo a los que no reclamaban amarillas para el rival y defendía el potrero, el caño, el sombrero, la gambeta... al fin y al cabo, exigía fútbol argentino en su esencia más pura.

Hacen ya 2 años que no veo a ese enérgico hombrecito senil, de “permanente sentido del humor y picardía natural para decir las cosas”, como lo destaca Calliera. El no me conoció, ni siquiera supo mi nombre. Yo, en cambio, todavía bendigo aquel día que encendí mi televisor en el canal 6. Ya no está entre nosotros, pero si pudiera tenerlo cara a cara le contaría que ya no me enojo con él y que se lo extraña. Le haría saber que hoy son muy pocos los que defienden “lo tucumano” y que ya nadie se queja de los “porteño’”. Y por último, le diría lo que más ganas siento de decirle: que tenía razón, Luis Rey tenía razón.

(Por Saudo)

Tango a Valdano (Joaquin Sabina)

El más fanático de todos


Aquel día, el más fanático de todos, se levantó muy temprano, antes de que el gallo del vecino despierte a todos. Contempló durante unos segundos el póster de San Martín, que forma parte de su habitación desde hace unas semanas. Estaba concentrado en esos once titanes -también envidió a los niños que posan junto a ellos- y si alguien lo hubiera visto desde lejos, habría supuesto que les dirigía algunas plegarias, oraciones implorándoles que hoy ganen, sí o sí.
Se vistió de gala: se puso la camiseta de San Martín que todavía le quedaba grande -se lo advirtió a su madrina ni bien se la regalaron-, su gorro al tono, el pantalón corto negro que le heredó -estaba como nuevo- su primo Ricardo, y hasta se dio el lujo de estrenar las medias de algodón que su madre le compró. Era un día muy especial para él.

“Bueno, ‘Pilín’, esperá un poquito”, le contestó su padre -un mecánico conocido en La Ciudadela- en voz baja para no despertar también a mamá, pues era domingo y muy temprano. Vivían a dos cuadras de la cancha, pero a él no le gustaban los contratiempos y es por eso que cuando aún quedaban dos horas para el partido, movió a su padre, un ser bastante parsimonioso.

Cuando papá se levantó, encontró el desayuno listo, con tortillas y todo. Se lo había preparado él, todavía un niño, pero bastante maduro e inteligente. Con las entradas en la mano, “Pilín” esperó a que su padre termine su mate cocido y luego partieron.

Era una fiesta increíble, se la ilustraría fantásticamente a sus compañeros de escuela. San Martín comenzó ganando por un golazo que “Pilín” gritó desde su alma, desgargantándose, derritiéndose en un abrazo con su padre. Y la hinchada, su hinchada, seguía cantando. Y él, el más fanático de todos, también se sabía las canciones, por supuesto.

Cuando menos se lo esperaba, Villa Mitre, un equipo del que “Pilín” sabía muy poco, empató el partido con un gol en contra. Se agarró la cabeza, pero no lloró. Sabía que el Santo lo ganaría. Tarde o temprano lo haría, jugaba en su estadio, con treinta mil fanáticos alentando. “No, no puede perder”, pensó.

Los minutos pasaron y San Martín no volvió a convertir otro gol. Tampoco Villa Mitre. El partido terminó empatado, 1 a 1, por lo que se definiría en tanda de penales. “Pilín” tenía miedo. Ya no era el maduro hombrecito de la familia, volvió a ser un niño. Y temió mucho, temblaba. Se sacó el gorrito y lo mordió para descargar tensiones.

Ambos equipos convirtieron los dos primeros disparos, pero los de Ciudadela erraron el tercero. Perdían 3 a 2 y si el encargado de ejecutar el próximo tiro fallaba, todo terminaba allí. Fue el arquero de su equipo, su arquero, a patear. Y “Pilín” mordió aún más fuerte su gorrito. No se atrevió a mirar para otro lado, se concentró en el penal. El “villano” de Villa Mitre contuvo el balón y todo terminó allí, su equipo, San Martín, perdió.

Su pasión no aguantó más y “Pilín” lloró a gritos. Papá no lo pudo evitar. Eran desgarradores alaridos, que si el mismísimo diablo los escuchara seguramente también echaría a llorar. Y continuó lagrimeando con furia, con el gorrito arrugado entre las manos, con el corazón partido en pedazos. No entendía nada. “¡Qué injusta la vida!”, clamó hacia adentro. Y nadie lo escuchó. Y lloró y lloró.

Aquel día, conoció de verdad lo que es el dolor. Volvió a casa, apneas pudo comer a desgana -sólo porque le insistió mamá- y se fue a su habitación. Afortunadamente, miró a los once jugadores y seguían siendo titanes para él. Les preguntó, claro, por qué habían perdido. De un momento a otro, con sus sólo 8 años, volvió a ser el hombrecito maduro y pensó que esta no sería la última vez que llore. “Pilín” se sacó la camiseta, la besó y la guardó en su cajón, esperando ansioso otro partido de San Martín, probablemente, para poder levantarse temprano, para vestirse de jugador, seguro, para prepararle el desayuno a papá, para ir a la cancha y para cantar, él, el más fanático de todos, las canciones que se sabe.

(Por Saudo)

martes, 25 de diciembre de 2007

La niña que, preocupada por Papá Noel, le envió una carta a Kennedy

En aquella carta, Michelle, que por entonces sólo tenía 8 años, decía preocupada: “Querido Kennedy, por favor, no dejes que los rusos bombardeen el Polo Norte porque matarán a Santa Claus”. Unos días después, en plena Guerra Fría, el presidente norteamericano le envió una respuesta: “No debes preocuparte por Santa Claus, hablé con él ayer y está bien. Hará sus recorridos esta Navidad”.


El Muro de Berlín llevaba apenas dos meses de existencia, la Guerra Fría alarmaba al mundo y la Unión Sovietica intentaba dar su gran golpe en la carrera armamentística que sostenía con Estados Unidos.
Para demostrar su poderío, el cuestionado líder ruso Nikita Khrushchev ordenó a sus hombres la construcción del artefacto explosivo más potente de la historia: una bomba atómica de 50 megatones. La denominaron “Tsar Bomb” y fue detonada el 30 de Octubre de 1961 sobre el Polo Norte. La prueba nuclear fue tan impresionante que provocó daños a más de 1.000 kilómetros de distancia; es decir, podría haber causado estragos en la superficie de siete provincias de Tucumán juntas o dos Buenos Aires.
La noticia recorrió el planeta y la casa de los Rochon, en Michigan (EE.UU), no fue la excepción. Al escuchar a sus padres platicar sobre el tema, la pequeña Michelle fue corriendo hasta su habitación, se sentó en un taburete, tomó un papel, un lápiz y le escribió una carta al mismísimo presidente norteamericano: John Fitzgerald Kennedy.
Hoy, 46 años después, el mensaje de la niña fue abordado por Caroline Kennedy, hija del ex presidente, en su libro “A Family Christmas”, un éxito en las librerías de ese país. Toda una adulta, Michelle Rochon pudo reunirse con Caroline en un programa televisivo y recordaron el episodio.
 
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