Tuve la oportunidad de acompañar a Pablito hasta un bar céntrico para seguir el partido. El, como la mayoría de los argentinos, es un apasionado del deporte; y más que nada del fútbol. Es de los que pueden ver, nerviosismo por medio, noventa minutos de un fútbol, en donde los anfitriones son equipos de países como Andorra, Kazajstán o Jamaica.
Coria sostiene su servicio y Pablito aún no ha mencionado nada del partido que "la Selección" de fútbol, en pocas horas, tiene que jugar contra Paraguay. Mi incertidumbre hizo que irrumpiera con su concentración y le pregunté si sabía cuál era la alineación. “No, no tengo idea”, me confesó sin sacar su mirada del televisor. “Hoy es día de tenis… je”, lanzó. “Además, 'la Selección' juega espantoso", agregó. Luego, ante mi atónito silencio, con la tranquilidad que Macaya Márquez remarca un offside del equipo que no es hincha, sentenció: “Bielsa (Marcelo) se debería ir, no se como Grondona (Julio) lo ‘banca’”. No me sorprendía la claridad con la que expresaba sus sentimientos futbolísticos, ni a sabiendas de sus apenas 14 años… es mi primo y lo conozco. En ese momento me di cuenta que Pablito representaba a la gran mayoría de los argentinos que utilizamos el éxito deportivo de otros como “salvavidas” de nuestros pesares.
Termina el partido, Coria llora por su derrota y el otro Guillermo, Vilas, entrega el trofeo más añorado a Gaudio. Los bares, repletos de espectadores empiezan a descomprimirse. La ciudad parece volver a su estado natural: ruidos de escapes, murmullos y comentarios de novatos especialistas del tenis comenzaron a terminar con el silencio.
Escuche frases intolerantes: “estos muchachos nos dieron la alegría que nos quitó Bielsa” o “ahora prefiero ver tenis antes que fútbol”, y entonces supe que no estaba tan errado al afirmar que los argentinos somos el significado de la palabra “exitismo”(afán desmedido del éxito, según la Real Academia Española). Despedí a Pablito, acordando una nueva cita deportiva a la hora del partido de la Selección.
Argentina y Paraguay ya están en la cancha. Solo somos cinco los espectadores de aquel bar, en donde por la mañana parecía no entrar ni un alfiler. El, mi primo, no es uno de los presentes. Decidí llamarlo por teléfono para ver qué pasaba, “Pablito no está, se fue a jugar paddle con unos amigos”, respondió mi tía. Estaba claro, los argentinos no sólo nos convertimos en especialistas de tenis, sino que también intentamos ser eruditos de la práctica de la materia. Jugar paddle representaba jugar tenis y mirar fútbol significaba ser parte de la derrota. Los Coria se olvidan, los Gaudio subsisten, pero no por mucho tiempo.
A dónde irán los titulares de los diarios cuando el campeón de Roland Garros, Gastón Gaudio, que alguna vez fue criticado por su falta de resultados exitosos, pierda en primera ronda. ¿Cuánta gente concurrirá a los bares para ver tenis? Seguramente cuando esto ocurra, como es nuestra costumbre, será otro deporte el que acapare nuestra atención y comenzaremos a buscar nuestro próximo Maradona. Intentaremos sumarnos a su éxito y no está mal. De hecho, esta sociedad tan castigada, tan falta de afecto, vive de expectativas de felicidad, necesita de resultados inmediatos, y apuesta en el deporte lo que no encuentra en otros ámbitos de la vida.
Martes, 08 de Junio de 2004